¡Caaácaro…!

La construcción de unos grandes e insólitos edificios, paradigmas de la modernidad, rompieron drásticamente con la imagen volumétrica y la fisonomía urbana de la ciudad de Puebla hacia la década de los años 30 del siglo pasado. No me refiero a los “rascacielos”, que nunca se construyeron en esta ciudad provinciana, sino a los flamantes “templos” del entretenimiento popular que, ofrecidos como símbolo de los nuevos tiempos, alternaron y se fundieron en algunos casos, con los elitistas y tradicionales teatros, ganando al poco tiempo su autonomía para establecerse definitivamente en el principal lugar de los espectáculos de masas. Las ostentosas y resplandecientes marquesinas que anunciaban la función, fueron las sugestivas luces que, cual polillas nocturnas, atrajeron al público deseoso de evadirse de sus problemas por un momento.

La penumbra y el olor a creolina formaban una parte importante de la atmósfera de las salas de cine de los años sesenta en la ciudad de Puebla. El público, abastecido con palomitas y otras golosinas, que introducía subrepticiamente para no hacerle el gasto a “la dulcería de este cine”, pasaba a sus asientos que ocupaba y apartaba al llegar. Las peores butacas eran las de adelante, que obligaban a los espectadores a ver las películas —distorsionadas por la cercanía— mirando hacia la pantalla. La luneta y la galería o “gayola” definían las clases sociales, la primera era el sitio que ocupaban los fifís de entonces y la “gayola” era para quienes no tenían mucho dinero o querían refugiarse en la intimidad de la penumbra. “La empresa” ofrecía “permanencia voluntaria” para aquellos que llegaban tarde y así “ponerse al corriente” de lo que se habían perdido.

Las funciones dobles eran las acostumbradas en esa época y a la película principal que se proyectaba se agregaba otra, un poco menos importante. No faltaban los anuncios fijos, ni los noticiarios previos a la exhibición. La clasificación del contenido de las películas en A, B, C y D correspondía fundamentalmente a las edades de los asistentes y se basaba en la existencia de escenas eróticas y no precisamente a la violencia u otras taras sociales que contenían las cintas. Se decía que la censura y la asignación de títulos absurdos a las películas extranjeras corría a cargo de unos “carcamanes” que vigilaban la moral, las buenas costumbres y cualquier propensión a ejercer alguna crítica social. La ley Federal de Cinematografía de 1949 encarnaba los controles y represión gubernamentales acerca de cualquier intento de mostrar ataques al Estado y al partido en el poder. ¿Se acuerda usted de eso o ya se nos olvidó?

El cine se anunciaba, principalmente, mediante un intenso perifoneo que realizaban unas carcachas con bocinas sobre el “toldo”; además, la cartelera se publicaba en los periódicos más importantes. El programa cambiaba los días jueves y había que estar atento al estreno de las nuevas cintas. Las películas gringas se exhibían en este país hasta un año después de que se proyectaran en Estados Unidos: “La Meca del cine”. El cine nacional en los años sesenta aún conservaba historias de la Revolución Mexicana lo cual concordaba perfectamente con el discurso machacón del “partidazo” de ese entonces, el pri; también proliferaban las películas cómicas de Tin Tán, Cantinflas, El Piporro y por supuesto las aventuras de “El Santo” y su lucha contra seres sobrenaturales y científicos locos; no faltaron las películas de cancioneros y cancioneras de la música vernácula, además de uno que otro dramón lacrimógeno.

Las “palomitas de maíz” eran y siguen siendo infaltables para ver las películas apoltronados en la butaca que, por cierto, acabo de descubrir que la palabra proviene de la lengua cumanagoto (indígena caribe) de Venezuela (putaca) y que significa asiento. Las palomitas de maíz, llamadas en lengua náhuatl momochitl consumidas desde el periodo prehispánico, tienen sus propias denominaciones en diferentes países como lo constatan numerosos artículos y particularmente la Wikipedia, como ancua, pochoclo, pororó o pipoca en Argentina; poporocho en Belice, papkorn en Filipinas y poporopo en Guatemala, palabras estas derivadas del inglés popcorn; canchita en Perú, cocalecas en República Dominicana, pororó en Uruguay, canguil en Ecuador, rositas de maíz en Cuba. En España, aunque se ha generalizado el nombre de “palomitas de maíz”, reciben también denominaciones distintas como tostones en Almería y Murcia, pajaretas o palometas en Aragón, flores en Granada y Jaén, krispetak en el País Vasco, crispetes o catufes en Cataluña, flocos de millo en Galicia, bufas en algunas zonas de Valencia etc. En 1885 el estadunidense Charles Cretors de Chicago inventó la máquina para hacer palomitas y fueron otros gringos quienes establecieron la costumbre de su consumo en las salas de cine que hoy día se ha extendido a los hogares frente al televisor u otros medios audiovisuales.

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Las parejas de novios acudían al cine gustosos y casi siempre iban acompañadas de un chaperón o “punto de garantía” que generalmente se trataba de un hermano menor de la muchacha, quien tenía la consigna por parte de los padres de vigilar atentamente el comportamiento de ella y reportar cualquier trasgresión a la honestidad y las buenas costumbres; sin embargo, ese chaperón resultaba un perfecto “chaferón” o alcahuete, porque aceptaba alguna golosina o algún dinerillo de parte del galán para voltear para otro lado cuando la parejita brevemente se desplazaba a los asientos de la parte de atrás de la sala para practicar al menos el “picorete salivón”. Al regreso de la incursión amorosa, la muchacha se componía el pelo y la ropa, el joven también buscaba disimular los “chupones” y ambos preguntaban al “vigilante de la virtud” de qué habían tratado las películas para poder relatarlas pormenorizadamente a los papás con actuados visos de emoción.

Con alguna frecuencia se llegaba a interrumpir la proyección de las películas, ya sea porque no se ponían los rollos a tiempo o de pronto se mostraba en la pantalla una mancha luminosa que iba creciendo (quemando la película) a lo que el respetable, en reacción inmediata, prorrumpía en gritos desaforados dirigidos al proyeccionista ¡cáaacaro! ¡deja la botella! El error se enmendaba muy rápidamente y el cine volvía a la calma. Al parecer el remoquete generalizado de “cácaro” para los proyeccionistas se debe a uno de ellos que, trabajaba en Guadalajara, era cacarizo y le decían cácaro aludiendo a su condición, de ahí pasó a designar a las personas de este oficio. Otra interrupción de la “función” se debía a los gritos vandálicos de estudiantes universitarios que llegaban “en bola” (en grupo) al cine y gritaban el consabido ¡ya llegueee! Agrego a este anecdotario que, en una ocasión, en una de las “matinés” de tres películas de Tarzán en el Cine México, en el preciso momento en el que los aborígenes con gesto fiero rodeaban al héroe para darle “chicharrón”, blandiendo sus lanzas, se escuchó un grito femenino que con estridente voz chillona exclamó ¿alguien vio un zapatito? A lo que todos los espectadores, al unísono, respondieron…NOOOOO.

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La historia del cine en Puebla se remonta a los últimos años del siglo xix. Julio Sánchez, en el periódico “El Sol de Puebla” , relata cuando el empresario Joaquín M. Prado advirtió que el cinematógrafo de los hermanos Lumiere causaba sensación y ni tardo ni perezoso importó un aparato proyector de Francia para ofrecer a los poblanos el nuevo entretenimiento, instalando el aparato en una carpa provisional. Genevieve Cantoral da cuenta de otros empresarios que instalaron carpas en las plazas de San Francisco, San José y San Luis, proyectando hasta el cansancio los pocos filmes que en ese tiempo había. Algunas personas aseveran que la primera sala de cine fue el Salón Pathé, situado en la parte baja del Hotel Arronte (hoy propiedad de la buap). Las películas en un principio eran mudas y el recurso para despertar emociones entre los espectadores era la música que un pianista interpretaba mediante un piano vertical, buscando hacer coincidir algunas melodías, elegidas convenientemente, con el ritmo de las acciones de la película.

El querido maestro Isaac Wolfson afirmó en su libro, “Dos cines en la vida de Puebla en el siglo xx.” El Variedades y el Coliseo”, que el primer cine en Puebla se instaló en 1906 en la calle de Mercaderes (2 norte) y que hubo muchos improvisados como el Parisián, Lux, Edén, Venecia Hidalgo, Rívoli, Salón Rojo, Palacio Popular y Salón Imperio. El cine Variedades que inició como cine-teatro abrió sus puertas en 1908, siendo la primera sala construida ex profeso para la función de cine-teatro con una gran sala que exhibió representaciones de ópera, zarzuela, y lírica popular con los grandes cantantes de moda de la época, pero después de un incendio que ocurrió en 1921 reabrió sus puertas, dos años después, solo como cine. Su compañero, el cine Coliseo, situado en un sitio contiguo al Variedades se erigió 30 años después y ambos ocupaban un espacio que perteneció al convento de monjas dominicas de Santa Catalina, el más antiguo de la ciudad, que fue expropiado y vendido a particulares en 1934.

Como apunta Sergio Andrade en un artículo publicado en 2019 : “El cine “Reforma”, inaugurado un 11 de agosto de 1939, fue diseñado y construido por el arquitecto poblano José Fernández bajo los planteamientos del art decó (…) Su capacidad era para dos mil quinientos espectadores, soberbiamente acomodados en galería, anfiteatro y luneta.” El cine fue del empresario Gabriel Alarcón y a la gran inauguración, con numerosas personalidades del mundo artístico, asistió el gobernador del estado Maximino Ávila Camacho. El cine Colonial (2 poniente), creado con características supuestamente “coloniales” por los hermanos Arellano, pasó a ser propiedad de Alarcón, Espinosa Yglesias y Jenkins. Este cine se convirtió en uno de los que proyectaban películas “atrevidas”.

El cine Guerrero, el más céntrico de todos fue, junto con la moderna plaza de toros, propiedad del empresario español Jesús Cienfuegos quien fue la víctima mortal de las ambiciones de un grupo de empresarios y políticos que protagonizaron una historia negra del cine en Puebla y no me refiero a una serie de películas de ese género cinematográfico expresionista llamado film noir, sino a la historia verdadera de la intervención, con acciones ilegales y criminales, por parte de lo más granado del empresariado y clase política poblanos: Maximino Ávila Camacho, William Jenkins, Gabriel Alarcón, Manuel Espinosa Yglesias, Manuel Cabañas y Manuel Sevilla, todos ellos con el “don” antepuesto por su acrisolada “honorabilidad”. Por omisión o por comisión esta caterva de malandrines hizo de Jenkins el dueño de un imperio empresarial que alcanzaba la propiedad del 80% de salas de cine de la República Mexicana bajo la corporación denominada “Cadena de Oro” y casi el 100% de la producción de películas con los Estudios Churubusco en un tiempo conocido como “la época de oro del cine mexicano”.

El Cine Puebla fue el cine de moda y ostentaba en una de sus paredes un gran mural, que era una copia de la pintura ecuestre del virrey Conde de Gálvez en la que solo la cabeza y las manos del personaje están pintados al natural, mientras que el caballo y el resto del dignatario están representados por trazos caligráficos (el original de este cuadro se encuentra en el Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec en la Ciudad de México).  El cine Constantino, de la 6 poniente, llamado por todos “El Costalito” era el cine de “rompe y rasga” del que se decía que con el pago de la entrada le daban a cada cliente dos ladrillos, uno para sentarse y el otro para matar a las ratas. El Cinema Continental y el Cinema la Paz se agregaron a la oferta poblana. El cine México, el de las matinés, se encontraba en la 14 poniente y era una enorme sala en la que se proyectaban películas mexicanas principalmente. El cine Teresa (17 poniente entre 23 y 25 sur) que abrió sus puertas para películas de moda, pronto cayó en el “cine para adultos” porque su ubicación se prestaba a la discreción de los “calenturators”. El cine teatro Pardavé, situado en la 16 poniente fue en algún momento el auditorio del sindicato de panaderos y en otro fue el teatro de “burlesque” “Ati Dama” con señoras que se presentaban “en cuero de rana” ejecutando, al compás de la música que interpretaba una murga, algunos bailes y contorsiones pretendidamente eróticos.

El cine Continental se agregó a la oferta en los años 70 y de ahí, empezaron a desaparecer las salas tradicionales para dar paso a las grandes y poderosas cadenas que hoy día, con sus miles de salas localizadas en todo el territorio nacional y en algunos países del extranjero, acaparan prácticamente el mercado nacional. Me refiero a Cinépolis y a Cinemex, principalmente, lo cual evidencia que el cine ha sobrevivido, no obstante, la competencia de la televisión abierta, las compañías de cable y las grandes plataformas de contenido audiovisual de streaming que han incursionado exitosamente en la industria cinematográfica y que ofrecen sus servicios en “la comodidad de los hogares” como Amazon, Disney, Netflix y muchas otras. Y termino este texto con el versito simplón que repetían los adolescentes de la década de los sesenta del siglo pasado: 

“Madre querida, madre adorada,

vamos al cine y tú pagas la entrada”


1 Palomitas de maíz. https://es.wikipedia.org/wiki/Palomitas_de_ma%C3%ADz 

2 Sánchez, Julio. ¿Cuáles fueron los primeros cines en Puebla y qué son actualmente? [Consultado: septiembre de 2022] https://www.elsoldepuebla.com.mx/cultura/cine/cuales-fueron-los-primeros-cines-en-puebla-y-que-son-actualmente-8223791.html 

3 Cantoral Rechy, Genevieve. “Cines antiguos de Puebla”. [Consultado: marzo 2019] https://www.poblanerias.com/2017/11/cines-antiguos-de-puebla-el-comienzo-de-la-modernidad/ 

4 Empresa francesa dedicada a la industria del cine, discos fonográfico y fonógrafos, fundada en 1896 por los hermanos Charles, Émilie, Theóphile y Jacques Pathé: Societé Pathé Frères. En 1902 Pathé adquirió las patentes de los Hermanos Lumière y prácticamente monopolizó la industria antes de la Primera Guerra Mundial.

5  Wolfson, Isaac. Dos cines en la vida de Puebla en el siglo xx. El Variedades y el Coliseo. México: H. Ayto. Cd. De Puebla, 2007, 72 págs.

6 Andrade Covarrubias, Sergio. “Dos cines, dos historias. El Reforma y El Colonial de Puebla”. [Consultado: febrero de 2020] http://blogs.e-consulta.com/blogs/murmullos/2019/08/dos-cines-dos-historias-el-reforma-y-el-colonial-de-puebla/ 

7 Paxman, Andrew. “Explotar la Época de Oro del cine mexicano”, págs. 309-350, en En busca del señor Jenkins. Dinero, poder y gringofobia en México. México: Penguin Random House Grupo Editorial S.A. de C.V./ cide, 2017

8. Retrato ecuestre del virrey Bernardo de Gálvez. http://malagaenelcorazon.com/retrato-ecuestre-del-virrey-bernardo-de-galvez/ 

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¡Caaácaro…! – Puebla